Supongo que todo aquello que nos crea una fascinación en nuestra niñez, nos acompañará siempre, aunque vayamos añadiendo nuevas experiencias a nuestra mochila vital. Eso es lo que me ocurre a mí con Nueva York. Al principio de los años ochenta, un íntimo amigo de mis padres se fue a vivir a Nueva York. Se había divorciado y había tenido que cerrar su negocio, así que decidió empezar una nueva vida en esa ciudad. Yo tendría unos diez años y vivía ilusionado con las cartas que nos enviaba explicándonos que tal le iba en su experiencia americana. Esperaba ansioso ver en el buzón de casa esos sobres con bordes azules, blancos y rojos del correo aéreo. Fue mitad por lo que él nos explicaba, mitad por lo que veía en las películas, que tenía Nueva York totalmente idealizada.
En 1987 mis padres y yo fuimos un mes a su casa, en el barrio de Queens. El impacto de la ciudad en el chaval de 16 años que era yo por aquel entonces fue enorme. Si las historias que nos explicaba por carta ya me fascinaban, aquella experiencia me marcó profundamente. Sin conocimientos de inglés y relacionándome sobretodo con hispanos, empecé a descubrir la verdadera ciudad. El olor a especias de los pasillos de aquel edificio de tocho rojo en Queens Boulevard, no dejaba de recordarnos que vivíamos en un barrio de mayoría asiática. Aunque existen barrios claramente diferenciados dependiendo de la comunidad predominante, la mezcla de razas, religiones y orígenes es brutal.
En 1987 mis padres y yo fuimos un mes a su casa, en el barrio de Queens. El impacto de la ciudad en el chaval de 16 años que era yo por aquel entonces fue enorme. Si las historias que nos explicaba por carta ya me fascinaban, aquella experiencia me marcó profundamente. Sin conocimientos de inglés y relacionándome sobretodo con hispanos, empecé a descubrir la verdadera ciudad. El olor a especias de los pasillos de aquel edificio de tocho rojo en Queens Boulevard, no dejaba de recordarnos que vivíamos en un barrio de mayoría asiática. Aunque existen barrios claramente diferenciados dependiendo de la comunidad predominante, la mezcla de razas, religiones y orígenes es brutal.
Diez años después, cuando estábamos preparando el viaje de fin de carrera, mi amigo Joan y yo conseguimos que el viaje fuera a Nueva York. Fue una semana muy especial para mí. En nuestra clase solo éramos veinte personas y el viaje de fin de estudios, por diferentes razones, solo lo hicimos ocho. La ciudad la visitamos juntos, pero después de las obligadas paradas en los lugares más conocidos, cada uno fue seleccionando lo que quería ver, dependiendo de sus gustos personales. Así fue como, solos, o en grupos de dos o tres, nos perdimos por la ciudad, por sus calles, entre la gente. Nueva York es una ciudad tan cosmopolita, con tantas culturas y en la que se hablan tantos idiomas, que nadie se siente extraño. Una mañana me levanté pronto y fui al dinner que estaba en la esquina de la manzana del hotel. Pedí un café con leche para llevar, que me sirvieron en uno de esos enormes vasos de cartón. En pleno invierno y con mi vaso de cartón cogido con las dos manos, me dispuse a visitar el MOMA (Museum Of Modern Art). Esperando que el semáforo de una de las avenidas se pusiera en verde, se me acercó un repartidor y me preguntó por una dirección. No le supe indicar, pero, tanto que me preguntara, como no saber contestarle, hicieron que me sintiera como un neoyorkino más.
En 2007 he decidido volver a ir, para cumplir con una tradición no escrita de visitarla cada diez años. No sé si la ciudad y sus habitantes habrán cambiado mucho después del 11-S. Espero que no, aunque seguramente el corazón se me encogerá cuando pase por el World Trade Center y no vea esas impresionantes torres gemelas que dominaban el horizonte de la ciudad. Ver por televisión como caían me pareció increíble. No dejaba de decir: “no puede ser..., no puede ser...” Lo único que me preocupa es George W. Bush, porque tal y como se están poniendo las cosas, puede que declare persona non grata a todos aquellos que no seamos estadounidenses. Los neoyorkinos siempre han dicho que Nueva York es diferente al resto de los Estados Unidos; físicamente esta ahí, pero que no tiene nada que ver con gran parte del país. Y tienen razón: en las últimas elecciones presidenciales, en el total de los distritos de Nueva York, John Kerry obtuvo el 75% de los votos mientras que George Bush solo consiguió el 25%. Incluso hubo distritos en que la diferencia llegó a ser de 90-10. Hasta en eso me siento neoyorkino. Porque Bush será el presidente de los Estados Unidos, pero no gracias a Nueva York.
Woody Allen, Paul Auster y tantos otros hacen que tenga siempre a Nueva York muy presente. Me muero de ganas de estar allí de nuevo, porque, aunque sea una frase muy manida, impresa en pegatinas y camisetas, no deja de ser cierta en mi caso:
I love N.Y.
Woody Allen, Paul Auster y tantos otros hacen que tenga siempre a Nueva York muy presente. Me muero de ganas de estar allí de nuevo, porque, aunque sea una frase muy manida, impresa en pegatinas y camisetas, no deja de ser cierta en mi caso:
I love N.Y.
3 comentarios:
A mi también me gusta N.Y. :O)
Mi amiga vive en NY y habla de la misma forma apasionada que tú de esa ciudad. Hay rincones que son muy, muy, muy especiales...Muack!
may: me parece que no somos precisamente una minoria. Saludos.
bohemia: Nueva York está repleta de rincones especiales y de gente extraordinaria. Un beso.
Publicar un comentario